26 de enero de 2010

Canción de Mildred

Faltaban pocas cuadras de camino para que Mildred llegara a la tienda de discos. La pequeña tarareaba una melodía del cd que estaba presurosa de adquirir; la canción, sin embargo era en inglés, idioma casi desconocido para ella. Cantaba en ta, ra, ras y la, la, las sus contagiosos compases, mientras sus diminutos pies calzados en zapatillas azules, suponían más que un andar, una moderna danza. Cuando Mildred dobló la esquina, escuchó algo que le hizo detener canto y danza; era música que provenía del interior de un vocho color limón que estaba aparcado en la calle; éste tenía de tripulante una joven pecosa. Era una balada lo que Mildred escuchó con mucha atención. De entre la mala acústica y los sonidos de la calle, descubrió un “sin ti ya no respiro” y algún “regresa o moriré”. Sorprendida, Mildred avanzó medio a hurtadillas en dirección del vocho verde limón, y teniéndolo muy cerca miró a través del espejo que además de las pecas, la joven tripulante era poseedora de un rostro encantadoramente triste.

Mildred
La balada terminó. Mildred reanudó su camino pensando en las terribles estrofas y en la chica de las pecas, sin advertir que la danza y la sonrisa no la acompañaban más. Llegando a la tienda de discos, Mildred recorrió los anaqueles empolvando sus yemas hasta dar con el disco que tanto deseaba. Con éste en sus manos, observaba curiosa los detalles de la carátula e intentaba tararear nuevamente la canción que esa tarde le hizo anhelar su compra. Mildred se dirigió titubeante hacia el chico de la caja. Pues bien –dijo Mildred. Este es el disco que quiero, pero espero que tú puedas ayudarme. –Y añadió: La canción cinco me gusta, pero no se de que habla, ¿si tú sabes inglés me lo podrías decir?. El chico de la caja asintió con la cabeza; tocó la canción un par de veces y sin mucho esfuerzo tradujo para Mildred las estrofas y se las entregó a lápiz en una hoja de papel. De inmediato, Mildred leyó la letra y su carita sonrió. Pagó el disco y cuando estuvo a punto de abandonar la tienda se topó de frente con la joven pecosa, quien entró en dirección de la caja. Aún sonaba la canción de Mildred y el chico de la caja la bailaba alegremente. Mildred, inmóvil, arrellanada en la entrada, observó al chico de la caja y a la pecosa conversar. En un instante miró algo más, cajero y pecosa se abrazaban con enorme dicha.

Las zapatillas azules danzaron una vez más durante el camino a casa. Desde entonces, Mildred pone mucha atención en lo que escucha, y decide lo que puede entrar de su oído al corazón.

Ilustración: H. Valero 2010