21 de noviembre de 2009

Tic, Tac, Ploc

Así se encontraba Ernú en aquel inicio del día, improvisando los viajes del puntero, escuchando una sinfonía de silencios en que tocaban motores y sirenas y ladridos remotos. Su diestra cubría del frío al inquieto roedor compañero del ocio y su boca emblandecía el último de los chocolates culpables de su desvelo.

Tic Tac
Nunca me contó la hora en que Ploc apareció, tampoco salvó las palabras recibidas pero entiendo que con ellas liberó de algún resquicio un deseo ignorado; congelado tiempo atrás. Ernú leyó los obsequios, la sonrisa y también el canto de Ploc, lo imaginó a su lado, lo contuvo en un sueño de Keith Haring con sonidos espaciales y trompetas de Esquivel.

Sus yemas que le hablaron a Ploc de me gustas y de anhelos repitieron ese afán durante una semana o poco menos; hasta hoy que tecleó uno o diez te quieros que ya no es justo entregar, porque el deseo que aún anda suelto se deshieló en un desfase del tiempo. Ahora, el deseo debe huir y ocultarse como un pequeño Frankenstein incomprendido e iracundo porque su amor hiere y su ternura mata. Ernú apagó el ordenador, soltó al roedor y entonces fue echada a andar una maquinaria que él creía atrofiada por los muchos años en desuso; la de llorar.

Ilustración: H. Valero | 2009 

10 de junio de 2009

Iñaki

Nos vemos mañana –dijo Pink, y cerró la puerta. Mil ideas de en casa a solas brincotearon en la cabeza de Blues. Miró su reloj y le quedaban aún muchas horas de sábado. La figura de Pink desaparecía de su vista desde la ventana, y las imágenes de lo qué hacer se sucedían como cromos de lotería: la compu y el Internet, el lienzo y los colores, las pelis nunca vistas, el micrófono, los discos de vinil, los disfraces en el baúl; todo tan antojante en la inusual ocasión.

Peluzo
Y es que Blues no podía cuantificar el tiempo que llevaba sin estar así, un sábado a solas en casa. Sin descuidar la ventana contempló el gran trozo verdoso del cerro y el contraste blanco azul del cielo y sus ovejas, miró a la par su caída en el desánimo reflejada en el cristal, había perdido de pronto el ímpetu de andar y devorar la tarde. Transcurrieron quizá un par de horas en el ocio de mirar las palomas y encendió la PC para revisar su e-mail y sin casi haber leído abandonó el cuarto y también la idea de cantar viejas canciones de Gershwin.
 
El letargo se mudó al sofá compañero de otra ventana donde se asomó un cielo distinto, uno completamente gris. –Lloverá –pensó. Ocurrió así la inmovilidad en que ignoró los gruñidos de su estómago, el timbre del teléfono, el monitor encendido, el lienzo virgen, las vueltas del minutero y todas las consignas. Cerró los ojos y se vio flotando boca arriba en un líquido oleoso y negro como petróleo; su cuerpo giraba a treinta y tres revoluciones por minuto, no, a cuarenta y cinco y cada vez más rápido, se hallaba en el ombligo de un tremendo vórtex. –Iñaki, el pez dorado –musitó. El solitario despertó boqueando. Era una fría madrugada de domingo.

© 2009 Bruno Valero photography

1 de junio de 2009

Nocturno noroeste

Bishu iba y venía por la ciudad, montado en un húmedo sábado que se regaba por aceras y por avenidas; sus brazos se asían al delgadísimo cuerpo de Pó, el que improvisaba el soundtrack del camino. El desfile de barrios y el correr de las luces reproducían innumerables memorias durante el silente viaje de sur a noroeste. Bishu sonrió las canciones felices y la esencia de tabaco que halló en los largos dedos de la zurda de Pó. Fue cuando cerró los ojos que las memorias se trocaron por palabras de desmesurado romance que no deseó pronunciar.
Happy song
Era mucha la cercanía, fueron muchas las palabras encoladas. Con aún los párpados abajo, Bishu extrajo las imágenes de un antiguo sueño donde subía con habilidad simiesca hacia la copa de un árbol que crecía a la par del ascenso; ese interminable afán fue además su truco infantil para conciliar el sueño. Y trepaba y subía y levantaba la vista para ver la copa del árbol siempre tan lejana como en el vistazo anterior, y de nuevo sin fatiga ni lamentación continuaba su trepar y subir entre ramas de follaje tan verde como limón maduro. Cuando Pó advirtió la presencia de una gran estrella titilando a solas en el cielo, los ojos abrieron, las manos estrecharon, la noche enmudeció.

Ilustración: H. Valero | 2009

30 de abril de 2009

Burning Up

La Bohemia
El café matutino del barrio, de efecto opiáceo adictivo, me contuvo un sueño entre líneas de Murakami y sonidos de penumbra. El ring del lunes sonó en el móvil pero mis sellados párpados no recibieron la luz sino hasta medio día. Reproduje mi rutina para un día pesado, medio danzando Burning Up, preparándome un expreso y dando el buen día a las criaturas que habitan el refri. No recuerdo las demás canciones que escuché entre la ducha y la 01:00 p. m. y no deseé poner el noticiero ni conectarme al Internet.

Sorbí el expreso y pensamientos sobre Leo y Luca, Pink y Huarak –¿cómo estarán? –me pregunté. Dejé escapar un suspiro por las noches de amistades infinitas en el Centro, di otro sorbo y me alegré al recordar mi primer gran domingo de encierro, la charla telefónica con Kei, los ociosos trazos en el lienzo y las horas junto a Corix viendo The Reader y comiendo galletas del sur. No pude más y salté a gastar las calles donde miré cosas peculiares: el miedo de las multitudes, los ojos que sonríen, niños disfrutando el largo recreo, cubrebocas en el suelo.
© 2009 Bruno Valero photography

8 de abril de 2009

En el cuerpo de una servilleta

¿Cuáles han sido tus mejores años? –Preguntó Ang y miraba su tenedor penetrando las entrañas de un trozo de Gouda. –¿Supones que los años de mi respuesta pertenecen al pasado? –pensé. Ang se limitó a masticar el bocado, elevó después su mirada hacia las copas nevadas de un paisaje acochambrado en la pared del Chow Fan. La había perdido. Observé su intervención en el motivo andino, estoica y con los ojos tan abiertos como un abrazo infantil. Tintineé en la taza del chocolate, y acaso generé un llamado a misa que puso a sonreír sus labios. Sonó el I Believe de Marcella Detroit y entonces tuve la respuesta y la contuve llegando el estribillo.

Aderezos
Ang no volvió al gabinete sino hasta escucharme decir: mil novecientos noventa y cuatro. Parpadeó, sonrió exhalando aire y consiguió tragar el Gouda. –¡Ese fue un gran año! –dijo. Inevitablemente manó de mi Pandora un festín con los recuerdos de ese mi gran año: las pecas de Dina, las caminatas en el Centro, las lamidas matutinas de Candy, los desvelos con MTV, los últimos ploc de la aguja, los amigos del teatro, los traslados a La Noria y un montón de cosas más.

No devolví la pregunta a Ang. Entiendo que hoy sentado frente a Viot, escuchando de escándalos y de vaticinios, deseo que tras una breve pausa me aplique la misma pregunta que Ang. Porque le respondería que hoy, que este año, que en este justo instante compartiendo la mesa, el arroz y los minutos.

© 2008 Bruno Valero photography

27 de marzo de 2009

Toque de piel

Enjoy
Inerte en un pudín de sábanas,
de una guerra de pensamientos
atrapé uno solo.
Empuñados los párpados no lo dejaron ir.
Se quedó jugueteando;
se convertía en anhelo, en calor,
también en cuerpo.
Rebobiné la cinta diez, cien o mil veces.
Liberté una enorme bola de aire
y levité enclavado en su mundo.
Ahogado en la multitud,
con la sonrisa crispada y los dedos tímidos;
detenido a tres zancadas
aparqué mi vista en la suya.
Copié uno a uno sus pasos;
respiré en allegro al saber su nombre,
fantaseé su voz llamando con el mío.
Incité desentrañar un hola, un guiño.
Era un medio viaje del segundero.
Fue un apenas toque de piel.


Fotografía de Bruno Valero. Expuesta en Salón El Marrakech (Centro Histórico, México D.F.) durante el concurso Joto Septiembre en el año 2009. © 2009 Bruno Valero photography

Hoy

Cuando desperté
estaba limpio de viejas culpas,
purgado de inservibles temores,
desnudo de complacencias impropias.
En empolvadas gavetas
yacen los tiempos regalados al olvido,
los que no importan más.
Este hoy que estoy armando
me colma de hilarantes,
colorea mis pensamientos,
tintinea, germina y ondea mi beneplácito.

Autorretrato en el Cantíl | © 2008 Bruno Valero photography









La sola imagen

Bank
Alguna vez andando por la calle Bucareli, me paré a mirar a través del cristal del viejo café La Habana a una mujer –era adolescente entonces–. Aquella figura que me detuvo en seco me describió en segundos el significado duro de una palabra. Entendí por qué los viejos de mi familia comentaban con cierto pesar que mi abuela llevara en el nombre el sino, Soledad. Los grandes le temen a quedarse solos, pensé mientras no apartaba los ojos de las ruinas de una vida.

Soledad es un nicho utilitario, un autoexilio cuando se da el vacío por necesidad, cuando la petición es estar solo, el extraño masoquismo, el método infalible para purgar las multitudes. Soledad es el temor de mis abuelos, la intimidad del egoísta, el anhelo del escritor, el Macondo de cien años, el duelo de una pareja, la exploración del alma y la inmovilidad de un cuerpo consumiéndose frente una taza de café seguramente frío. Canalla soledad, malentendido placer del voyerista que te encuentra detenida por la magia de la luz en el blanco de un papel fotográfico, como en aquel café del Centro, inmóvil detrás del cristal.

Texto expuesto en conjunto con la selección fotográfica "Soledad" de la artista Adriana Trujillo en la galería La Candela de la Escuela Activa de Fotografía (Coyoacán, México D.F.) durante junio y julio de 2007. Texto creado el el Taller El Páramo. © 2007 Bruno Valero photography

Sábado mitad alebrije, mitad calaca

Desperezado por el desfile de los alebrijes en el Centro, salí de mi departamento, cámara en mano, con la fe de quien gastará un sábado especial y divertido. Adix esperaba allí tomando fotografías. Eran las doce y cachito, el sol doraba las miles de frentes y narices congregadas sobre la calle Madero; desfilé pues entre tumultos de maché pintado en busca de Adix y de un buen sitio dónde observar, pero eran tantos los fotógrafos que mi andanza se asemejaba a una rutina aeróbica en el intento de no atravesar los disparos de réflex. 

Bicho
Comencé a retratar los coloridos monstruos y a sus no menos exóticos autores. De la mano, bichos y artesanos apresuraban su orgulloso andar obligados por el compás de la Banda y los aplausos, cuando de pronto la lente descubrió a Adix trepada en un poste, dí click y cuando pretendía interrumpir su labor documental una enorme sombra de reptil me invitó a seguir sus pasos en busca de la gran foto. Los últimos gigantes devoraban gente y edificios, yo los acompañé hasta el cruce con Balderas; ignoro cómo es que desaparecieron ahí. En pocos minutos la calle comenzó a poblarse de autos y todo el público se dispersó.

Reír de muerte
Regresé al poste, caminé unas cuadras, pero Adix ya no estaba. No la volví a ver sino hasta entrada la noche y luego de vagar del Centro al Chopo y de vuelta. Juntos, Adix y yo caminamos por el Centro en círculos, compartiendo cada uno la experiencia de la tarde y los pixeles, así hasta nuestra puntual llegada al Atrio del Templo de San Francisco, donde en compañía de los amigos del Páramo contemplamos la ofrenda Me asomé a la muerte de Marysole Wörner Baz. A los pies de la Latino, entre cempasúchitl y fumarolas de incienso, las calacas recuperaban el rito tradicional del día de muertos. El viento comenzó a soplar tan fuerte que animó las calacas en una danza burlona, avivó el fuego de los incenciarios y enfrío nuestras orejas. Inhalamos las esencias mágicas: polen de octubre, mirra, vapor de chocolate y cáscara de naranja. Fue el sábado ritual de las figuras de papel. Un sábado mitad alebrije, mitad calaca.
© 2008 Bruno Valero photography