27 de marzo de 2009

Toque de piel

Enjoy
Inerte en un pudín de sábanas,
de una guerra de pensamientos
atrapé uno solo.
Empuñados los párpados no lo dejaron ir.
Se quedó jugueteando;
se convertía en anhelo, en calor,
también en cuerpo.
Rebobiné la cinta diez, cien o mil veces.
Liberté una enorme bola de aire
y levité enclavado en su mundo.
Ahogado en la multitud,
con la sonrisa crispada y los dedos tímidos;
detenido a tres zancadas
aparqué mi vista en la suya.
Copié uno a uno sus pasos;
respiré en allegro al saber su nombre,
fantaseé su voz llamando con el mío.
Incité desentrañar un hola, un guiño.
Era un medio viaje del segundero.
Fue un apenas toque de piel.


Fotografía de Bruno Valero. Expuesta en Salón El Marrakech (Centro Histórico, México D.F.) durante el concurso Joto Septiembre en el año 2009. © 2009 Bruno Valero photography

Hoy

Cuando desperté
estaba limpio de viejas culpas,
purgado de inservibles temores,
desnudo de complacencias impropias.
En empolvadas gavetas
yacen los tiempos regalados al olvido,
los que no importan más.
Este hoy que estoy armando
me colma de hilarantes,
colorea mis pensamientos,
tintinea, germina y ondea mi beneplácito.

Autorretrato en el Cantíl | © 2008 Bruno Valero photography









La sola imagen

Bank
Alguna vez andando por la calle Bucareli, me paré a mirar a través del cristal del viejo café La Habana a una mujer –era adolescente entonces–. Aquella figura que me detuvo en seco me describió en segundos el significado duro de una palabra. Entendí por qué los viejos de mi familia comentaban con cierto pesar que mi abuela llevara en el nombre el sino, Soledad. Los grandes le temen a quedarse solos, pensé mientras no apartaba los ojos de las ruinas de una vida.

Soledad es un nicho utilitario, un autoexilio cuando se da el vacío por necesidad, cuando la petición es estar solo, el extraño masoquismo, el método infalible para purgar las multitudes. Soledad es el temor de mis abuelos, la intimidad del egoísta, el anhelo del escritor, el Macondo de cien años, el duelo de una pareja, la exploración del alma y la inmovilidad de un cuerpo consumiéndose frente una taza de café seguramente frío. Canalla soledad, malentendido placer del voyerista que te encuentra detenida por la magia de la luz en el blanco de un papel fotográfico, como en aquel café del Centro, inmóvil detrás del cristal.

Texto expuesto en conjunto con la selección fotográfica "Soledad" de la artista Adriana Trujillo en la galería La Candela de la Escuela Activa de Fotografía (Coyoacán, México D.F.) durante junio y julio de 2007. Texto creado el el Taller El Páramo. © 2007 Bruno Valero photography

Sábado mitad alebrije, mitad calaca

Desperezado por el desfile de los alebrijes en el Centro, salí de mi departamento, cámara en mano, con la fe de quien gastará un sábado especial y divertido. Adix esperaba allí tomando fotografías. Eran las doce y cachito, el sol doraba las miles de frentes y narices congregadas sobre la calle Madero; desfilé pues entre tumultos de maché pintado en busca de Adix y de un buen sitio dónde observar, pero eran tantos los fotógrafos que mi andanza se asemejaba a una rutina aeróbica en el intento de no atravesar los disparos de réflex. 

Bicho
Comencé a retratar los coloridos monstruos y a sus no menos exóticos autores. De la mano, bichos y artesanos apresuraban su orgulloso andar obligados por el compás de la Banda y los aplausos, cuando de pronto la lente descubrió a Adix trepada en un poste, dí click y cuando pretendía interrumpir su labor documental una enorme sombra de reptil me invitó a seguir sus pasos en busca de la gran foto. Los últimos gigantes devoraban gente y edificios, yo los acompañé hasta el cruce con Balderas; ignoro cómo es que desaparecieron ahí. En pocos minutos la calle comenzó a poblarse de autos y todo el público se dispersó.

Reír de muerte
Regresé al poste, caminé unas cuadras, pero Adix ya no estaba. No la volví a ver sino hasta entrada la noche y luego de vagar del Centro al Chopo y de vuelta. Juntos, Adix y yo caminamos por el Centro en círculos, compartiendo cada uno la experiencia de la tarde y los pixeles, así hasta nuestra puntual llegada al Atrio del Templo de San Francisco, donde en compañía de los amigos del Páramo contemplamos la ofrenda Me asomé a la muerte de Marysole Wörner Baz. A los pies de la Latino, entre cempasúchitl y fumarolas de incienso, las calacas recuperaban el rito tradicional del día de muertos. El viento comenzó a soplar tan fuerte que animó las calacas en una danza burlona, avivó el fuego de los incenciarios y enfrío nuestras orejas. Inhalamos las esencias mágicas: polen de octubre, mirra, vapor de chocolate y cáscara de naranja. Fue el sábado ritual de las figuras de papel. Un sábado mitad alebrije, mitad calaca.
© 2008 Bruno Valero photography