© 2009 Bruno Valero photography |
Vi los Puma presentarse. El derecho, que tenía una happy face trazada con bolígrafo en sepa dios qué momento de ocio. Ascendí la vista entonces. Jeans raídos color gris, dedos largos, un libro, pulseras de hilo, playera blanca con Debbie Harry serigrafiada. Piel muy blanca, mochila deslavada, hombros angostos, sonrisa imberbe –¿seré yo el destinatario? –me pregunté. Caí en sus ojos marrón que respondieron: sí. Sonreí.
El chico rubio de moica y expansión en el lóbulo izquierdo robó lugar a mi lado. Atrapó entre sus piernas un ejemplar de “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” de Murakami, e inició una charla que fue como de amigos de años. Él hablaba quedo. Preferí leer sus labios que acercar el oído aunque con ello equivocara parte del mensaje.
Así transcurrió quizá una hora. La tarde se agotó. La temperatura, que descendía, fue perceptible sólo cuando ocurrió el silencio y el incidente. Una legión de hormigas había invadido nuestros jeans. Ni hablar. Hubo que sacudirnos a quienes dieron de manifiesto el momento de partir. El parque se vaciaba. A marcha lenta llegamos hasta su límite sur; sin hormigas, sin palabras, sin otro deseo que el de un buen abrazo con que decirle gracias y también adiós. El deseo no se cumplió. Tan sólo estrechamos las manos rompiendo las sonrisas. Él con un chau, yo, con un bye. Volví. Aún corre este domingo.
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