25 de agosto de 2010

Un viaje a Vetusta

"Aquel viaje sólo empezó a tener sentido ante la visión de las piedras que se amontonaban a las espaldas de la catedral*". El relato de mi cabeza no pasó de ahí, mi cuerpo dio más vueltas que un molino, hostigando las sábanas de cientos de hilos manantes de su aliento burdo animal. Caminé descalza los empedrados de Vetusta bajo un friísimo sol que no hizo aparecer mi sombra, empuñando mis párpados por el miedo a lo descrito quizá por el olfato, –dos enviados de Víctor aguantan la vela a pie de cama,  clavando sus ojos en tu cuerpo que se tuerce entre los velos de las nupcias. –Eso olí sin alcanzar la catedral igualmente remota del primero al último de mis pasos. Maldito bovarismo el tuyo, Ana, desperdiciando la ocasión del sueño a solas por no lavar tu lecho, por desdeñar la tila.
Ilustración:  "La pesadilla" de Johann Heinrich Füssli
* frase inicial de José Manuel Fajardo | Relato: Bruno Valero

19 de agosto de 2010

13 de agosto de 2010

Haiku del jicotillo


Trae puesto el polen
y disfraz de abejita
quien duerme en la flor. 

© 2010 Bruno Valero photography

6 de agosto de 2010

Hechos una sopa

Ninguno de los dos se atrevía a poner un pie fuera del museo. Llovía a cántaros. Blues quizá porque cargaba un hermoso afiche de papel muy fino; Tonyó porque a pesar de traer el enorme paraguas Burberry de su madre, tiritaba por el frío. Aguardaban escuchando ansiosos el caer de las gotas en crescendo, reprimiendo una centena de ocurrencias con las cuales romper el tedio.

Los chucks
Tonyó había sido regañado al colocar ligeramente su índice derecho en un cuadro impresionista, por trepar sobre una fuente del barroco y por recorrer la exposición de fin a principio. En cambio, Blues había utilizado su imaginación para hacer cosas peores: coloreó al menos ocho litografías, reordenó algunas piezas, volteó las obras que a su parecer eran feas e imovilizó a los guardias; por eso no fue regañado.

Así seguían Tonyó y Blues, mimetizando el frío y la inmovilidad del recinto, sin decir palabra. Como si al estar en ese atrio poblado de gárgolas, sus bocas fueran un par de pandoras a la espera del más ínfimo murmullo que pudiera liberar el caos.
 
Esta lluvia no cederá dijo una mujer rolliza de acento tal vez nórdico.Tonyó y Blues  miraron a la diminuta y rolliza mujer nórdica abrir su diminuto paraguas y andar con diminutas zapatillas los diminutos pasos, con los cuales fue formando un amplio corredor entre la multitud hasta desaparecer. De la entrada al atrio, por el piso de cantera, comenzó a entrar una acuosa sombra fantasmal proveniente de un inmenso charco callejero. La cabeza del fantasma reflejaba al sol muriendo a carcajadas; su tronco crecía rápidamente con la intención de atraparlos, por ello, cuando el largo brazo izquierdo tocó la punta del tenis rojo de Blues, ambos huyeron enloquecidos, cayendo sin remedio en el enorme charco con un salto tal vez fallido, tal vez intencional. Tonyó y Blues salpicaron de fantasma a todo el mundo, no había más remedio que continuar la huída dejando atrás los gritos, reclamos y dichos impronunciables.

Afiche y Burby el paraguas, acompañaron a los chicos en su búsqueda de charcos  gigantescos y profundos. Los chicos se tomaban de la mano cuando deseaban compartir el ritmo y las caídas, pero también se soltaban como lo hicieron al rodear con su alevoso tap  a la rolliza diminuta, quien sin lograr acertarles un sólo paraguazo quedó empapada, gritando iracundas palabras nórdicas. Y así, durante un tiempo incalculado, continuaron su correr, saltar y victimar sin un por qué o porque sí, porque el cielo les había obsequiado un chubasco de alegría indesperdiciable.

Cuando los charcos comenzaron a ser devorados por las alcantarillas, las nubes poco a poco dejaron de jugar abriendo campo al arcoiris. Tonyó y Blues se tiraron boca arriba sobre el tibio césped para contemplar al sol ruborizando cielo y nubes con su partida. Todo había terminado. Blues colocó a Afiche en un poste carismático al tiempo que Tonyó dio caricias a Burby por permanecer cerrado durante la travesía. Caminaron hechos una sopa; escurriendo la dicha de la tarde para luego romper el silencio, acaso con un adiós.

Ilustración: H. Valero | 2010  

29 de junio de 2010

Vértigo

La alcoba ha dado cincuenta y un giros.
Sigo aquí en pie escuchando al mundo
mientras éste cruje hedores. Llora sus desiertos.
Extravié una lúa y la noción del tiempo
minutos antes que el derrotero.
Oh, mi pilmama.

La bruma de mediodía se ha destrampado,
el césped pronto se anega.

Cuando vayas a por los hilos de yuca
cuídate del diecisiete. me dijo.

Rescato del suelo fangoso una taza sorda;
contuvo alguna vez mi fe y la sal... la sopa.
Diente de ajo caliente en mi oído, háblame quedito
del diecisiete que no anochece ni con el té
ni con la loza.

© 2010 Bruno Valero photography  


16 de mayo de 2010

PERCEPCIONES | Exposición Colectiva Binacional México-Japón

De la imaginación extraje un cielo fantástico de Japón; lo adoré porque en él volaba un enorme Astro. Se los quiero compartir.

Astro © 2010 Bruno Valero photography

Esta serie de fotografías (aquí 2 de 4) han sido tomadas ex profeso para Percepciones Exposición Colectiva Binacional México-Japón. En ellas describo mi forma de entender una cultura que me atrapa por fantástica y remota. México, según mi lente, presume su amistad de 400 años con Japón a través de cosas terriblemente simples y cotidianas.

Colorea © 2010 Bruno Valero photography 


Percepciones
Exposición Colectiva Binacional México-Japón
del 18 al 28 de mayo, 2010
9:00 a 21:00 hrs.
Universidad Escuela Bancaria y Comercial Campus Reforma
Av. Paseo de la Reforma No. 22, Col. Juárez, México, D. F.

13 de febrero de 2010

Haikus

Trampa de nuebes
Se lleva la sal
en su pico relleno
y un pez a volar.
Trampa de nubes.
Triste aterrizaje

para no llover.
Ronda las noches
cual lunita alada
la luciérnaga.

© 2008 Bruno Valero photography

26 de enero de 2010

Canción de Mildred

Faltaban pocas cuadras de camino para que Mildred llegara a la tienda de discos. La pequeña tarareaba una melodía del cd que estaba presurosa de adquirir; la canción, sin embargo era en inglés, idioma casi desconocido para ella. Cantaba en ta, ra, ras y la, la, las sus contagiosos compases, mientras sus diminutos pies calzados en zapatillas azules, suponían más que un andar, una moderna danza. Cuando Mildred dobló la esquina, escuchó algo que le hizo detener canto y danza; era música que provenía del interior de un vocho color limón que estaba aparcado en la calle; éste tenía de tripulante una joven pecosa. Era una balada lo que Mildred escuchó con mucha atención. De entre la mala acústica y los sonidos de la calle, descubrió un “sin ti ya no respiro” y algún “regresa o moriré”. Sorprendida, Mildred avanzó medio a hurtadillas en dirección del vocho verde limón, y teniéndolo muy cerca miró a través del espejo que además de las pecas, la joven tripulante era poseedora de un rostro encantadoramente triste.

Mildred
La balada terminó. Mildred reanudó su camino pensando en las terribles estrofas y en la chica de las pecas, sin advertir que la danza y la sonrisa no la acompañaban más. Llegando a la tienda de discos, Mildred recorrió los anaqueles empolvando sus yemas hasta dar con el disco que tanto deseaba. Con éste en sus manos, observaba curiosa los detalles de la carátula e intentaba tararear nuevamente la canción que esa tarde le hizo anhelar su compra. Mildred se dirigió titubeante hacia el chico de la caja. Pues bien –dijo Mildred. Este es el disco que quiero, pero espero que tú puedas ayudarme. –Y añadió: La canción cinco me gusta, pero no se de que habla, ¿si tú sabes inglés me lo podrías decir?. El chico de la caja asintió con la cabeza; tocó la canción un par de veces y sin mucho esfuerzo tradujo para Mildred las estrofas y se las entregó a lápiz en una hoja de papel. De inmediato, Mildred leyó la letra y su carita sonrió. Pagó el disco y cuando estuvo a punto de abandonar la tienda se topó de frente con la joven pecosa, quien entró en dirección de la caja. Aún sonaba la canción de Mildred y el chico de la caja la bailaba alegremente. Mildred, inmóvil, arrellanada en la entrada, observó al chico de la caja y a la pecosa conversar. En un instante miró algo más, cajero y pecosa se abrazaban con enorme dicha.

Las zapatillas azules danzaron una vez más durante el camino a casa. Desde entonces, Mildred pone mucha atención en lo que escucha, y decide lo que puede entrar de su oído al corazón.

Ilustración: H. Valero 2010