13 de marzo de 2020

L'escriptor



L'escriptor Bruno Valero i les seves idees

Oriundo de la Ciudad de México, actor de profesión, funda la revista digital La Cuarta Pared en el año 2006 y en ésta publica sus primeros artículos y reseñas sobre la escena teatral mexicana. Participa del taller literario del Páramo donde realiza sus primeros ejercicios narrativos y poéticos. En el año 2009 escribe su primer pieza dramática: Pigmalión v 3.0 que es escenificada ese mismo año. Retoma la actuación en 2010 representando La Inquietud de Valère Novarina. En 2011 su micro relato Tic Tac Ploc es publicado en El Último Libro del Mundo de editorial Gandhi. A partir de ese momento la escritura se convierte en su mayor afán; sin embargo, es hasta el años 2018 en que comienza su formación profesional en el mundo de las letras. El teatro no lo ha abandonado del todo; Bruno participó de las puestas A puerta Cerrada de Sartre, Voy a Pasármelo Bien y la ópera El Juego de los Insectos.

12 de diciembre de 2012

Supéralo, Norah



A veces, me pasmo por un minuto con alguna película y me lleno de cuestionamientos y las palomitas no me saben. Sólo por un minuto. Anoche viendo la elección de Ro, me ocurrió lo del minuto (que es un .zip de emociones a la espera del doble clic).
Las historias románticas me gustan en la pantalla y en el display. Suelo escribir algunas muy idealizadas, pero, sin saber si para bien o mal, en mi realidad cuando merman los romances el duelo se consume pronto. ¿Será que me falta rodearme de todos esos clichés?: La cafetería adorable, la banda sonora onda jazz, frío en las calles, neones noctámbulos, recuerdos indelebles… o simplemente no soy como Lizzy. Algo sí me falta, emprender un nuevo viaje, uno muy despreocupado y muy largo por carretera. Aún sin nada por olvidar, sin lugar del cual huir. My blueberry nights terminó; caminé con Ro al café cercano y después del doble clic, descomprimidas las emociones se escaparon. Pero quedó lo importante, la dicha de las buenas horas compartiendo con él charla, cine, cafeína y bocados de nuestros muy risibles dramas.


29 de abril de 2012

Recortes del domingo que aún no acaba

© 2009 Bruno Valero photography
El desánimo o acaso el tedio había tumbado mis planes de hoy. Maldito. no me lo quité de encima mas lo hice andar conmigo el barrio para ver y no pensar. Qué de cosas encontré. Parejas extrañas, chihuahueños sobreviviendo la multitud, ancianas que aún sonríen, el chico dibujante, un payaso y su pista callejera, un  chico que lee. –Debí sacar un libro –pensé.  Volví a no pensar. Me senté en el único pequeño trozo de jardinera disponible. Observando el suelo, el ir y venir de gente, de las basuritas, de las aves, de las hojas y las sombras. Todo muy entretenido, y de pronto, unos Puma azules se estacionaron frente a mí. Justo en el centro del objetivo.
Vi los Puma presentarse. El derecho, que tenía una happy face trazada con bolígrafo en sepa dios qué momento de ocio. Ascendí la vista entonces. Jeans raídos color gris, dedos largos, un libro, pulseras de hilo, playera blanca con Debbie Harry serigrafiada. Piel muy blanca, mochila deslavada, hombros angostos, sonrisa imberbe –¿seré yo el destinatario? –me pregunté. Caí en sus ojos marrón que respondieron: sí. Sonreí.
El chico rubio de moica y expansión en el lóbulo izquierdo robó lugar a mi lado. Atrapó entre sus piernas un ejemplar de “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” de Murakami, e inició una charla que fue como de amigos de años. Él hablaba quedo. Preferí leer sus labios que acercar el oído aunque con ello equivocara parte del mensaje.
Así transcurrió quizá una hora. La tarde se agotó. La temperatura, que descendía, fue perceptible sólo cuando ocurrió el silencio y el incidente. Una legión de hormigas había invadido nuestros jeans. Ni hablar. Hubo que sacudirnos a quienes dieron de manifiesto el momento de partir. El parque se vaciaba. A marcha lenta llegamos hasta su límite sur; sin hormigas, sin palabras, sin otro deseo que el de un buen abrazo con que decirle gracias y también adiós. El deseo no se cumplió. Tan sólo estrechamos las manos rompiendo las sonrisas. Él con un chau, yo, con un bye. Volví. Aún corre este domingo.


18 de abril de 2012

Haiku en la ventana




Pió muy quedito
cuando abrí la ventana.
Todo me contó.



Ilustración de la serie
The Mincing Mockingbird "Subtlety And Horesplay"
Acrílico

18 de febrero de 2012

Lienzo oscuro

Los otros sonidos del silencio. Quejidos de vértebras arbóreas, el tránsito en las arterias de cobre y pvc; el cliché que dan los grillos y los neumáticos y las voces de algún plasma remoto.
En vela para extender el único instante de empatía absoluta.
Nariz y nariz sin casi distancia, proveen el dióxido de carbono que vicia nuestro espacio y me enclava en un lienzo oscuro, surrealista.
Las paredes encendieron un incienso como de moho.
Un suspiro suyo heló el contorno de mis labios, desfasó el hemisferio. Asió los miembros al tiempo de entregarme al sueño.



Ilustración: "Young man sleeping" Asha Carolyn Young

9 de noviembre de 2011

Tic, Tac, Ploc (V 2.0)

dibujito: bruno valero
Así me encontraba en aquel morir del tiempo, improvisando los viajes del puntero, escuchando una sinfonía de silencios en que tocaban motores y sirenas y ladridos remotos. Mi diestra cubría del frío al inquieto roedor compañero del ocio y mi boca emblandecía el último de los chocolates cómplices de mi desvelo. Olvidé la hora en que Ploc apareció, no así sus palabras contenidas en un sueño de Keith Haring con sonidos espaciales y trompetas de Esquivel.
Mis yemas que le hablaron de me gustas y de anhelos no repetirán su afán. Están tecleando un último te quiero que ya no es justo entregar, porque el deseo se deshieló en un desfase del tiempo y debe huir como un pequeño Frankenstein incomprendido e iracundo. De ternura mortecina.
Apagué el ordenador, solté al roedor y entonces fue echada a andar una maquinaria que creí atrofiada por los muchos años en desuso. La de llorar.

Bruno Valero

Publicado en "El Último Libro del Mundo"
Gandhi Ediciones © 2011

22 de abril de 2011

Desdoblar el ayer 1/3


Utilizaba el tenedor incorrecto, la ensalada era abundante y colorida y el aderezo muy vistoso, como un acrílico contenedor de esferitas de óleo color cereza; pequeños planetas colisionando en el agrio espacio. Coloqué los crutones a la par que el viejo porque supuse que así debía ser; de lo poco que deseé imitarle. Tomé el cubierto correcto y listo, pensé, lo estoy complaciendo, aunque con ello no borré del todo mi incomodidad. –Hace usted una muy buena elección, Señor, es un vino muy adecuado. –había dicho aquel cretino del Green Gardens después de que yo colocara mi diestra sobre la copa que él pretendía rellenar, –un tinto robusto del África Austral, _enfatizó. Oiga, –le dije amablemente, –deseo un poco más de agua mineral. El sujeto soltó una risita en staccato sin casi despegar los labios, un argentino de mierda con pinta impecable. –¿Aguardo su siguiente elección, caballero? –preguntó el imbécil al viejo quien no apartó su vista del menú, yo en tanto hacía discretos malabares con los ojos para imitar también el comportamiento en las mesas contiguas y sé que el argentino me observaba a través de los espejos del salón y que jamás se dirigió a alguien más que al viejo, bueno, a sus anteojos de diseño; al llamativo reloj de oro; al blanco sin mácula de su camisa de confección tal vez divina. 
El servicio volvió y el tipo sirvió más del vino al viejo que seguía sin decir palabra y luego rellenó mi copa de agua con el descuido de verter destapacaños en la boca de una tarja. Ignoro cómo entendió la muda petición del viejo, asintió con la cabeza y se marchó con su risita insultante. Pude haberle hecho comer la servilleta pero estaba hambriento y decidido a no perderme el postre. Mi camisa me sentaba bien, idéntica a la del viejo pero un par de tallas mayor. Blanquísima, de diseño peculiar, fino y con un perfume que da no cualquier hilo. Y en un segundo, ¡diablos! con una gotita del óleo rojizo alojada justo encima del pezón. La camisa más divina y elegante en el mundo intervenida así por un bálsamo grasiento. Discretamente humedecí la servilleta en agua mineral y la froté sobre la gota, pero ésta ni palideció; había teñido rápidamente la tela hasta sus entrañas, adherida orgullosa como un conquistador en tierras vírgenes. Supongo que el viejo observó mi plato intacto.
–¿Por qué no comes, Edgar? Anda, acompáñame que no debe tardar tu servicio. 
Eso dijo con voz gastada y profunda, una voz de balido que sólo utiliza cuando estamos solos. Así que tomé el tenedor de nuevo –la gota invadiendo de rojo un poco más el blanco tejido– y degusté los trozos de nuez, las esferitas de vinagre y la albahaca y los montículos de sus vértebras expuestas y la salinidad de su apenas sudor que es tan agrio como zumo de ajo o vinagreta que al probar hace apretar los ojos y eriza los vellos de los brazos. 
 –Querido, más despacio, un bocado a la vez.


 Ilustración: "Mi corazón en un tenedor"
Jessica Bazán Benñitez 
Acrílico y grafito sobre tabla. (2010 España)

9 de enero de 2011

Rojo granada


Pienso que su visión monocromática le impide imaginar más allá de una fruta cilíndrica al escuchar naranja; de manera semejante hablar de café sólo debe hacer que ella entrecierre los ojos e inhale sonriente el recuerdo de un expreso muy caliente. Increíblemente, Martina combinó ayer acertadamente el naranja de su blusa y el café de la bufanda.
Cuando niño, escuché el nombre de un color desconocido: terracota. Mi madre lo mencionó; deseaba cambiar por un piso terracota y pues mi mente pensó en nada, se pintó de blanco, blanco a secas, aquel nombre no significaba nada para mí. Pensar en terracota me ayudó en dos noches de reyes a conciliar el sueño; ponía mi mente en blanco para los estudios. Bastaba mencionar terracota y todo pensamiento abominable desaparecía de mi cabeza. Pero aquel truco dejó de funcionar cuando el piso de la casa fue cambiado.
Una enorme ave llegó al jardín de Martina, se posó en la granada y comenzó a comer los granos de sus frutos, Martina dijo: Lo sé, esa ave es tan roja como los granos de granada.

Ilustración: "Enorme ave" de H. Valero
óleo sobre tela.

25 de agosto de 2010

Un viaje a Vetusta

"Aquel viaje sólo empezó a tener sentido ante la visión de las piedras que se amontonaban a las espaldas de la catedral*". El relato de mi cabeza no pasó de ahí, mi cuerpo dio más vueltas que un molino, hostigando las sábanas de cientos de hilos manantes de su aliento burdo animal. Caminé descalza los empedrados de Vetusta bajo un friísimo sol que no hizo aparecer mi sombra, empuñando mis párpados por el miedo a lo descrito quizá por el olfato, –dos enviados de Víctor aguantan la vela a pie de cama,  clavando sus ojos en tu cuerpo que se tuerce entre los velos de las nupcias. –Eso olí sin alcanzar la catedral igualmente remota del primero al último de mis pasos. Maldito bovarismo el tuyo, Ana, desperdiciando la ocasión del sueño a solas por no lavar tu lecho, por desdeñar la tila.
Ilustración:  "La pesadilla" de Johann Heinrich Füssli
* frase inicial de José Manuel Fajardo | Relato: Bruno Valero